Las evidencias sobre el impacto ambiental de este invento son tan grandes que pronto podremos hablar de la desaparición de un producto que durante décadas consideramos cotidiano. A las prohibiciones en el Pacífico, se suma la decisión de muchas grandes empresas de dejar de facilitar una bombilla de plástico con la bebida ante las peticiones de los propios consumidores. Empresas de comida rápida ya han anunciado que las eliminará completamente para sustituirlas por otras de papel o vidrio, un cambio de política que ya han tomado otros gigantes de la restauración.
La contribución de las bombillas a la contaminación marina no es desdeñable. Estos pequeños productos de plástico, como muchos otros del mismo tipo, no se reciclan. Terminan en vertederos, son incinerados, o peor aún, contaminan nuestras aguas. Allí se acumulan gracias a las corrientes y forman junto con otros desperdicios enormes islas de basura, que giran en cada uno de los cinco océanos del planeta haciéndose cada vez más grandes: el gran parche de basura del Pacífico tiene ya dos veces el tamaño de Francia.
Las bombillas se encuentran flotando en todas estas islas, donde a menudo las aves, los peces y otras especies marinas las confunden con alimento. Esto conlleva que, por ejemplo, haya madres que alimentan con lo que creen que son bocados nutritivos a su pollito solo para descubrir que la cría muere por un estómago hinchado por desechos plásticos.
Los plásticos no son biodegradables: se descomponen en piezas cada vez más pequeñas hasta que son microscópicas, dando lugar a microplásticos. Cuando la vida marina consume estas diminutas piezas, su difícil degradación y las toxinas que contienen interfieren con sus sistemas respiratorios y reproductivos, causándoles serios problemas de salud e incluso la muerte.
En Estados Unidos se utilizan 500 millones de estos productos de usar y tirar al día, sí que existe una importante parte de la población que las usa, lo que al final del año nos coloca en unas 5.000 millones de pajitas usadas, un récord dentro de la UE. Una costumbre dañina para el medio ambiente que tiene fácil solución. O dejar de usar un invento que hasta este siglo no sabíamos que necesitábamos -la bombilla de plástico fue patentada en 1888- o pasar a utilizar bombillas reutilizables y reciclables.
Las opciones son múltiples: de acero inoxidable, de madera, de papel, de cristal, de pasta, de bambú… Hoy en día se comercializan hasta pajitas comestibles. Por lo tanto, las excusas se agotan para los defensores de las pajitas de plástico igual de rápido que el número de países, ciudades e instituciones que se suman a la prohibición de su uso. Ni siquiera en la ciudad donde el estadounidense Marvin Stone patentó este invento hace 125 años, Washington D.C., es ya bienvenida la pajita de plástico.
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